miércoles, 18 de abril de 2012

el rostro de un vagabundo

- Oye mami, ¿quién es él?
- Él, hija, es el viejo del saco.
- ¿Y qué hace?
- Se lleva a los niños cuando se portan mal.
Era ya la tercera madre que decía a su hija lo mismo de aquel pobre hombre. Ramón, un hombre solitario, que sufrió la terrible pérdida de lo más importante que él tenía, su familia.

Su saco, ese que llevaba a todas partes, ya que al perderlo todo, solo se dedicaba a vagabundear por las calles, y ese saco, que lo había acompañado desde que nada valía la pena. Sus pantalones sucios, cansados de estar en los suelos de las calles públicas, cansados de sentarse en el cemento, de dormir en las plazas, de mojarse con las lluvias, y hasta, de recibir meados del mismo hombre.

El alcohol, fiel compañero, aparte del saco, lo llevaba a un estado mental diferente, el cual supuestamente lo hacía más feliz; pero cuando estaba sobrio se ponía a pensar: “¿qué era la felicidad?”, y eso lo hacía tomar más y más.

Su recorrido era el mismo de siempre, dormir en esa plaza del condominio donde los vecinos le daban algunos panes duros o restos del almuerzo, pasearse por el centro de la ciudad con objetivo de ganar un poco de dinero, y luego tomar y tomar, hasta que ya no podía dar más y dormir, dormir donde se le diera la gana, hasta que despertaba, esa despertada que no quería sentir, que no quería vivir. Ése día martes, en que hacia su recorrido habitual, bebió mucho más de lo que antes había bebido, pero aún así, no se durmió, solo entró en un estado de inconsciencia, que lo hace caminar y seguir caminando, hasta un momento en que su caminar es interrumpido por un algo, que primero le duele, pero que después nunca más vuelve a sentir.

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